Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/434

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 422 —

Por fin, el no haber visto declararse, como se temi6, el contagio y un estrago general, fué probablemente la causa de disiparse, por entónces, aquel primer terror, y olvidarse, á lo ménos al parecer, este asunto.

Habia sin embargo cierto número de personas que aún no estaban persuadidas de que hubiera peste; y porque tanto en el Lazareto como en la ciudad curaban algunos, decia el populacho, y los médicos parciales (siempre interesa saber los últimos argumentos de una opinion desmentida por la evidencia) «que aquella enfermedad no era la verdadera peste, porque en este easo todos habrian muerto.» Para quitar toda duda, halló la Junta de Sanidad un medio análogo á la urgencia, á saber, un modo de hablar á los ojos, como podian requerirlo 6 sugerirlo los tiempos. En una de las fiestas de Pascua de Pentecostés acostumbraban los habitantes concurrir al cementerio de San Gregorio, fuera de la Puerta Oriental, á rezar por los muertos del anterior contagio, cuyos cadáveres eslaban alli enterrados, y tomando de la devocion oportunidad para diversion y fiesta, cada uno concurria con sus mejores galas.

Habia muerto de peste en aquel mismo dia una familia entera. En la hora de mayor concurso, por medio de los coches y de la inmensa muchedumbre, se condujeron de órden de la Junta de Sanidad al mismo cemnenterio en un carro, desnudos, los cadáveres de la expresada familia para que todos pudiesen ver las asquerosas y positivas señales del contagio. Un grito de repugnancia y de terror se oia en todos los puntos por donde pasaba el carro: un largo murmullo quedaba por donde habia pasado, y otro no ménos expresivo le precedia. Desde entónces se dió más crédito á la existencia de la peste, aunque ella misma se daba á conocer cada dia más, y aquella misma reunion no debió contribuir poco á propagarla.

Al principio no sólo se decia que de modo alguno habia peste, sino bra: luégo se llamaron calenturas pestilenciales, admitiendo al sesgo la idea por medio de un adjetivo; despues no peste verdadera, sino cierta enfermedad á la cual no se sabia qué nombre aplicarle; por último peste positiva; pero ya se le habia agregado otra idea, á saber, la del veneno y la del maleficio, la cual confundia el significado expreso de la palabra que ya no era posible disfrazar.

Creo que no es necesario estar muy versado en la historia de las ideas y de las palabras para saber que muchas siguen esta progresion. Por fortuna, no es grande el número estaba prohibido proferir semejante pala-