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ran citado, aunque no fuese más que para tacharle de extravagante. Hemos creido oportuno reunir y publicar estas particularidades de un célebre delirio, poco conocidas por unos, é ignoradas del todo por otros, porque en los errores, y especia!mente en los errores de muchos, lo que más interesa y es más útil de observar, me parece que es el camino que han seguido las apariencias, y de qué modo pudieron entrar en las cabezas y dominar la imaginacion de las gentes.

La ciudad, que ya estaba agitada, se conmovió con esto.

Los amos de las casas con paja encendida quemaban los parajes manchados, y los que pasaban se detenian á mirar, se horrorizaban y se enfurecian. A los extranjeros, sospechosos ya por serlo, y muy fácil de distinguirse entónces por el traje, se les arrestaba en las calles por el pueblo y se encarcelaban. Se tomaron declaraciones, y se oyeron presos, prendedores y testigos,. y no se halló reo alguno, porque las cabezas se hallaban aún en estado de poder dudar, comparar y oir. La Junta de Sanidad publicó un edicto en el caal ofrecia premio é impunidad al que descubriera el autor 6 autores de aquel hecho, «no pareciéndonos conveniente,» dicen los individuos de la Junta en la citada carta, «que senmejante delito quede impune, especialmente en tiempos de tanto riesgo y sospecha: para consuelo y tranquilidad de este vecindario, y para tener indicio del hecho, publicamos hoy este edicto, etc.» Sin embargo, en el mismo edicto nada decian, á lo ménos con claridad, de aquella racional y consoladora conjetura de que daban cuenta al Capitan general, reticencia que indica una fuerte preocupacion en el pueblo, y en ellos una condescendencia tanto más culpable, cuanto podia ser sumamente perjudicial.

Miéntras la Junta hacía averiguaciones para descubrir la verdad, muchos en el público la habian ya encontrado á su manera. De los que creian que aquella untura era venenosa, unos la suponian una venganza de D. Gonzalo de Córdoba por los insultos que sufrio á su salida de Milan, y otros un pensamiento del cardenal de Richelieu, para despoblar aquella capital y apoderarse luégo de ella más fácilmente. Habia quien tenia por autor, sin saber por qué, al conde de Collalto, á Wa'lenstein y á algun otro caballero milanés; y no faltó, como dijimos, quien no viera en aquel hecho sino una reprensible burla, atribuida á estudiantes, á jóvenes del pueblo y á oficiales fastidiados con el sitio de Casal.