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que le ayudase ahora á librarse de sus mismos libertadores. Por su parte, estaba en acecho, ya volviendo la vista hácia aquellos desalmados, ya mirando la calle para encontrar la ocasion de escurrirse á la sordina sin darles márgen á nieter bulla, 6 armar alguu escándalo que diese en qué sospechar á los que pasasen.

Cuando hé aquí que al volver de una esquina, le pareció conocer el paraje en que se hallaba, y examinándole con más atencion, le reconoció por más de una seña. Era justamento l coso de Puerta Oriental, el mismo por donde unos veinte meses antes habia entrado muy despacio, y habia bolido Inópomas que de prisa. Acordóse al momento que por allí iba en derechura al Lazareto, y el hallarse casualmente en el camino que buscaba, sin haber practicado diligencia alguna por su parte, lo tuvo por un beneticio especial de la Providencia, y un presagio feliz para lo restante.

En esto venía hácia los carros un comisario dando voces á los sepultureros para que parasen, y no sé para qué otra cosa. Lo cierto es que hicieron alto, y la música se convirtió en una confusa algazara. Ya uno de los monatos se habia bajado del carro en que estaba Lorenzo, y éste diciendo al otro: «0s doy gracias por vuestra caridad, Dios os lo pague,» se deslizó por el otro lado.

—Anda, anda, pobre untadorcillo,-contestó aquél;-no serás tú el que despuebles á Milan.

Por fortuna, nadie habia que pudiese oirlc. Como el convoy se habia parado en la acera izquierda del coso, tomó Lorenzo la derecha, y cosiéndose å la pared, siguió trotando hácia el puente; pasóle, siguió la calle del Borgo, conoció el convento de los Capuchinos: cerca de la puerta vió sobresalir el ángulo del Lazareto, y al salir por el postigo se presentó á su vist:a la escena exterior de aquel recinto, que siendo ántes un pequeño indicio del paraje, se habia trasformado ya en un cuadro inmenso, variado é imponderable.

Por toda la extension de los dos costados que se bren mirando desde aquel punto, todo era un enjambre, un flujo y reflujo, un continuo tropel. Enfermos que á bandadas eran conducidos al Lazareto; muchos estaban sentados 6 tendidos en las dos orillas del foso que corre por ambos lados del camino, unos por faltarles las fuerzas para entrar en el recinto, y olros por haber salido desesperados, y no, haber tenido aliento para pasar más adelante. 0tros enfermos vagaban á la desbandada como estólidos, y no podescu-