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| costado del carro,-que quiero echar otro trago á la salud de su dueño, que se haila aqui en esta hermosa compañia:

alli, allı me parece que va, en ese otro hermoso coche.

Y con una atroz y maligna sonrisa señalaba el carro que iba delante de aquel en que estaba el triste Lorenzo. Acomodando lugo el rostro á un acto de seriedad todavia más grotesco, bay la cabeza hacia aquella parte, y dijo:

— Permita vuestra señoria que un pobre sepulturero disfrute algo de su bodega. Ya ve vuestra señoria la vida que bacemos: nosotros somos los que le hemos colocado en ese suntuoso coche para llevarle á que se pasee un poco:

luégo á los señores les hace daño el vino, pero nosotros lenemos buen estómago.

Y entre las careajadas de los compañeros, agarró el frasco, le levantó; pero intes de beber se volvié á Lorenzo, y con tono de compasion envuelto en desprecio, le dijo:

—Sin duda el drablo con quien has hecho pacto debe ser bien jóven, porque à no haber sido por nosotros, hoy te la habias hallado.

Y entre risotadas y burlas se echó el frasco á pechos.

—Y á nosotros? ;Ea! á nosotros?-dijeron gritando los del carro que iba delante.

Asi que el piearo bebió cuanto quiso, dió con las dos manos el frasco à los demas compañeros, los euales lo pasaron de unos á otros, hasta que llegó á uno que despues de apurario, lo agarró del cuello, y dándole un par de vueltas, le tiró á que se estrellase sobre las losas, gritando:

—Viva la mortandad! Despues de estas palabras entonó una cancion de las suyas, y al momento acompañaron su voz todos los demas de aquel tor;pe coro. Resonaban en la silenciosa soledad de las calles la infernal cantinela, el sonido de las campanillas, el chillar de los carros, y las ruidosas pisadas de hombres y caballos, y retunmbando en el interior de la casas, angustiaban el corazon de sus habitantes.

¿Qué cosa habrá que en ciertas ocasiones no pueda servir de algo? EI apuro de un momento hizo para Lorenzo más que tolerable la compañia de aquellos muertos y de aquellos vivos. y era música casi agradable á sus oidos la que le evitaba el embarazo de conversar con gente tan ahominable. Todavia, entre azorado y revuelto, daba gracias à la Providencia por haberle sacado de aquel conflicto sin haber recibido ni haber hecho daño alguno, y le pedia