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de decir al padre Cristóbal que desearfamos hablarle, y que nos hiciese la caridad de venir á vernos lo más presto posible, porque yo no puedo ir á la iglesia.

—No quieren ustedes otra cosa? Antes de una hora tendrá el recado el padre Cristóbal.

—Nos hará usted mucho favor.

—Descuiden ustedes.

Y al decir esto salió de la puerta algo más conlento que cuando entró por ella.

Al ver que una pobre aldeanilla mandaba á llamar con tanta confianza al padre. Cristóbal, y que fray Galdino admitia el encargo sin admiracion ni diicultad, nadie se figure por eso que aquel padre Cristóbal era un fraile de misa y olla. Por el contrario, era hombre de grande autoridad entre los suyos, y en toda la comarca; pero era tal la condicion de los capuchinos enlónces, que nada para ellos era demasiado bajo, ni demasiado elevado. Servir á la clase fnfima del pueblo, y ser servidos por los poderosos; entrar en los palacios y en las chozas con humildad y franqueza; ser á veces en una misma casa objeto de burla, y un personaje sin el cual nada se decidia; pedir limosna en todas partes, y darla á todos los que la pedian en el convento; todas estas eran cosas á que estaba acostumbrado un capuchino. Andando por las calles le era tan facil encontrarse con un príncipe que le besase el cordon, como con un tropel de muchachos que, aparentando reñir entre ellos, le salpicasen la barba con lodo. La palabra «fraile»

era en aquellos tiempos palabra de honor y de menosprecio, y los capuchinos, quizá más que otra órden religiosa, eran el objeto de dos sentimientos contrarios, experimentando de consiguiente los dos opuestos destinos; porque no poseyendo bienes algunos, llevando un traje extrañamente distinto del comun, y haciendo profesion más visible de humillaciones, se exponian más de cerca á la veneracion 6 al vilipendio, segun el diferente humor y el distinto modo de pensar de los sujetos con quienes se rozaban.

Apénas salió fray Galdino, cuando Inés exclamó:

Tantas nueces, y en este año!

— Perdone usted, madre mia,-respondió la jóven;-si hubiérar os dado una limosna como los demas, ¿quién sabe cuánto tiempo hubiera tenido que dar vueltas fray Galdino para llenar el saco? ¡y Dios sabe cuándo con sus pláticas y sus cuentos hubiera vuelto al convento, y se hubiera olvidado...!