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este año dará más nueces que hojas.» El hombre, que conocia al que le hacía aquel vaticinio, mandó á los jornaleros que volviesen á cubrir las raíces con tierra, y llamandlo al Padre, que conlinuaba su camino, le dijo:-«Padre Macario, la mitad de la cosecha será para el convento.» Como se divulgó la voz de la predicción, todo el mundo iba á ver el nogal. Con efeclo, en la primavera floreció, pero ¡cómo! y luégo nueces sin consuelo. Nuestro bienhechor no tuvo el gusto de varearlas, porque pasó ántes de la cosecha á recibir el premio de su caridad. Pero el milagro fué mucho mayor, como va usted á oir. Dejó aquel buen cristiano un hijo muy diferente de él. Llegado el tiempo de la cosecha de las nueces, fué el limosnero á pedir la nitad que correspondia al convento: pero el hombre no sólo se hizo de nuevas, sino que tuvo la insolencia de decir que jamás habia oido que los capuchinos upiesen hacer nueces. Y sabe usted lo que sucedió? Un dia (oiga usted) en que aquel mala cabeza habia convidado á varios de sus amigos de la misina calaña, contaba así bromeando la historia de las nueces, y se burlaba de los frailes. Habiénles con esto entrado gana á sus amigos de ver aquel gran monton de nueces, los condujo al granero: oiga usted abora: abre la puerta, se van todos hácia el rincon en donde se habian puesto las nueces; y al decir «mirad,» y al mirar él tambien, ven, ¿qué le parece á usted que vieron? un grandísimo monton de hojas secas de nogal. No fué este un buen escarmiento? El convento en lugar de perder ganó mucho, porque despues de este suceso es tan grande la limosna de las nueces, que un bienhechor, movido á lástima del pobre limosnero, dió al convento un asnillo, que ayudase á llevar las nueces, y se hacía tanto aceite, que á todos los pobres se les socorria segun su necesidad; porque, amiga, nosotros somos el mar, que recibe agua de todas partes, y la vuelve á distribuir á todos los rios.

Ya Lucía habia vuelto con el delantal tan lleno de nueces, que apéras podia sostenerle, y al tiempo de abrir fray Galdino la boca del saco para meterlas en él, Inés dió una mirada á su hija, como reconviniéndola la limosna; pero Lucía contestó con otra mirada, significando con ella que se justificaria. Prorumpió el limosnero en elogios, ofrecimientos y muchos «Dios se lo pague,» y puesto de nuevo su saco á cuestas, iba á salir, cuando llamándole Lucía le dijo:

—Fray Galdino, quisiera que usted me hiciese el favor la demasía en 4.