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y aquí dirigió á Dios una súplica, 6 por mejor decir, un baturrillo de palabras inconexas, frases interrumpidas, exclamaciones, quejas y promesas, y por fin, uno de aquellos discursos que no se emplean con los hombres, porque éstos no tienen bastante penetracion para comprenderlos, ni sufrimiento para escucharlos, ni son bastante generosos para moverse å compasion sin mezcla de menosprecio.

Levantóse de allí algo más animado, dió vuelta á la capilla, y se halló en la otra crujía, que aún no habia recorrido, y á cuyo frente caia la otra puerta. A los pocos pasos vió á derecha é izquierda la estacada de que le habia hablado el padre Cristóbal; pero medio derribada, y de consiguiente con muchas aberturas. Metiéndose Lorenzo por una de ellas, se halló en el cuartel de las mujeres. A poco vió casualmente en el suelo una de aquellas campanillas que llevaban atadas á los piés los monatos con sus correspondientes cintas; y ocurriéndole la idea de que aquel instrumento podia servirle de salvo-conducto en aquel recinto, le recogió, miró alrededor por si álguien le veia, se la ató al pié y dió inmediatamente principio á sus indagaciones. Empezó á recorrer con la vista, ó por mejor decir, á contemplar otros objetos lastimosos, en parte parecidos, y en parte diferentes de los que ya habia contemplado.

Llevaba recorrido ya sin fruto ni contingencia alguna bastante trecho, cuando oyó detras de sí un hola como de persona que le llamaba. Volvió la cabeza y vió á cierta distancia å un comisario que levantó las manos señalándole á él, y dieiendo á gritos:

—Allá en los cuartos hay necesidad de gente; aquí se acaba de barrer en este momento.

Conoció Lorenzo inmediatamente la equivocacion, y que con la campanilla habia dado márgen á ella: se trató á sí mismo de bestia por haber pensado sólo en los estorbos que con aquella insignia podia evitar, sin hacerse cargo de los que podia acarrearle. En efecto, le hizo repetida y apresuradamente seña con la cabeza que habia comprendido y que iba á obedecer; y al punto se quitó de su vista, retirándose á un lado entre las barracas.

Cuando le pareció haberse aparlado lo bastante, trató de quitarse de encima la causa de aquel compromiso, y para hacer esta operacion sın que nadie le viese, se metió entre dos barracas que estaban situadas de espaldas una á otra. Bajóse á desalar las cintas, y estando con la cabeza apoyada en la pared de paja de una de dichas barracas, llegó á sus oidos una voz... ¡Dios mio! įserá posible? Puso