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de una barraca, donde se mantuvo escondiendo el cuerpo , alargando la cabeza y abriendo los ojos, al mismo tiempo que le daba el corazon fuertes latidos. Sentia sin embargo cierta confianza por efecto de la conmocion que causaron en él la plática del religioso y la ternura de sus oyentes Llegó entretanto el padre Félix á pasos lentos pero firmes, descalzo, levantada la pesada cruz, y el rostro pálido y consumido. Seguíanle inmediatamente los niños más grandecitos, la mayor parte tambien descalzos, aunque pocos enteramente vestidos, y algunos en camisa. Venian luégo las mujeres, trayendo casi todas de la mano á una niña, y cantado alternativamente el Miserere.

El débil metal de sus voces, y la palidez y decaimiento de sus rostros eran tales, que hubieran movido á compasion á cualquiera que como mero espectador se hubiese hallado presente. Pero Lorenzo miraba, volvia á mirar, examinaba de fila en fila, de cara en eara, sin pasar una sola por alto; que la lentitud con que andaba la procesion le ofrecia bastante proporcion para hacerlo. Pero por más que mirase, por más que pase se ligeramente la vista sobre las que venian detras, no encontró sino caras desco nocidas. Con los brazos caidos y la cabeza inclinada sobre el hombro derecho, siguió con los ojos aquella turba, miéntras pasaban los hombres.

Fijó de nuevo la atencion, y concibió nuevas esperanzas al ver venir despues de éstos algunos carros que traian á los convalecicntes que aún no podian andar. Aqui las mujeres eran las últin.as, y el tren venía tan despacio, que Lorenzo pudo cómodamente reconocerlas á todas sin que ninguna se escapase de su registro. Pero ¿qué? Examino el primer carro, el segundo, el tercero, y asf consecutivamente, y siempre con igual resultado hasta el último, detras del cual solo venía un capuchino con aspecto serio y un baston en la mano, como direetor del convoy. Este era el padre Miguel, que, como hemos visto, fué nombrado por coadjutor del padre Félix.

Disipáronse de esta manera las dulces esperanzas de Lorenzo, y disipándose, no sólo le privaron de todo consuelo, sino que, como siempre sucede, le dejaron en peor estado que ántes. Ya para él la contingencia más feliz era hallar á Lucía enferma; por manera que ocupando su ánimo, en lugar de la esperanza presente, el temor aumentado, se asió Lorenzo de aquel débil hilo, salió de la crujía y se dirigió hácia el paraje de donde venia la procesion. Llegado á la capilla, se puso de rodillas en el último escalon,