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Llamó entónces el religioso á Lorenzo, que se mantenia en el rincon más apartado, oyendo con grande atencion aquel diálogo en que tenia tanto interes; y teniéndole cerca, dijo con voz clara y sonora:

—Lucía, con la autoridad que lengo de la Iglesia te declaro dispensada del voto de virginidad, anulando todo cuanto pudiera haber en él de consideracion, y absolviéndote de toda obligacion que pudieras haber contraido.

Figúrese el lector cómo sonarian en los oidos de Lorenzo estas palabras. Dió las más expresivas gracias con los ojos al que las habia proferido, y buscó inmediatamente, pero en vano, los de Lucía.

— Entrégate con toda seguridad, y en paz,-prosiguió diciendo el Capuchino,-á los pensamientos de åntes. Pfdele de nuevo al Señor las gracias que le pedias para ser una mujer santa, y ten confianza en que te las concederá mayores despues de lantas penalidad s. Y tú,-dijo volviéndose á Lorenzo,-acuérdate, hijo mio, que si la Iglesia te restituye esta compañera, no lo hace para proporcionarte un consuelo temporal y mundano, que áun suponiéndolo comple to y sin ninguna clase de disgustos, acabaria en un gran dolor en el momeuto de separaros para siempre; pero lo hace para poneros à los dos en el camino de un consuelo que no tendrá término. Amaos como compañeros de vi:je, con el pensamiento de teneros que separar algun dia, y con la esperanza de volveros á unir para siempre. Dad gracias al cielo por haberos traido á este estado, no por medio de alegrias turbulentas y pasajeras, sino por trabajos, y entre miserias, para prepararos á una alegria pura y tranquila. Si Dios os concediere hijos, cuidad de criarlos para él, y de inspirarles su amor y el del prójimo. Lucía, ¿uada te ha dieho éste (señalando á Lorenzo) de lo que ha visto aqui?

—jAy, Padre! me lo ha dicho todo.

—Rezad por él y por m... Hlijos mios, quiero que tengais una memoria del pobre Capuchino.

Y aquí sacó del esportillo una caja de madera ordinaria, pero muy bien trabajada, á la manera que los capuchinos lo hacian entónces, y prosiguió:

—Aquí dentro estå el resto de aquel pan... el primero que pedí de limosna, de aquel pan de que habreis oido hablar. Os lo dejo á vosotros: conservadle, enseñadle á vuestros hijos. Vendrán á un mundo triste en un siglo de dolores, entre orguilosos y provocativos: inculcadles que perdonen siempre, y que rueguen á Dios por el pobre fraile.