Quién sabe-exclam6 Lucía-si el Señor nos hará la gracia de que nos veamos otra vez todos juntos?
—Quede él siempre con vosotros, y os bendiga,-dijo á las dos compañeras fray Cristóbal, y con Lorenzo salió de la cabaña.
Era la caida de la tarde, y la crísis del tiempo parecia aún más inminente. El Capuchino ofreció de nuevo al deshospedado Lorenzo su pobre albergue por aquella noche.
—Compañia,-añadió,-no podré hacértela, pero estarás á cubierto.
Lorenzo, sin embargo, anhelaba por marcharse, y no apetecia mucho quedarse por más tiempo en semejante sítio, cuando no podia ver otra vez á Lucia, ni gozar de la compañia del buen religioso. Por lo que toca á la hora y al temporal, se puede decir que el dia y la noche, el sol y la lluvia, el céfiro y el vendaval, eran para él en aquella ocasion una misma cosa: por lo tanto, dió muchas gracias al Capuchino, y se despidió, diciendo que queria ir å ver á Inés lo más presto que fuese posible.
Así que llegaron á la crujía el Padre le apretó la mano y le dijo:
—Cuando veas á esa buena Inés, que Dios lo haga, y yo lo espero, salúdala tambien de mi parte á ella y á cuantos por allá se acuerden de fray Cristóbal: diles que rueguen por él. Dios te acompañe y te bendiga para siempre.
—jAh, padre Cristóbal!... ;Padre mio! ¿Nos volveremos á ver...? ¿Nos volveremos á ver?
—En el cielo, lo espero.
Y con estas palabras se desprendió de Lorenzo, el cual se quedó mirándole, hasta que le perdió de vista. En seguida se dirigió aprisa hácia la puerta, echando á derecha é izquierda las últimas miradas á aquel lamentablo sitio, en donde se advertia un movimiento extraordinario en todas direcciones: sepultureros corriendo; cabañas que se arreglaban, y convalecientes que trabajosamente se retraian á ellas y á los portales para guarecerse contra la tormenta que se iba acercando.