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CAPÍTULO XXXVII.

En efecto, apénas salió Lorenzo de los umbrales del Lazareto, y tomó la calle, entónces derecha, para encontrar el sendero de donde habia desembocado por la mañana frente la muralla, cuando empezaron á caer unas gotas muy gordas y raras, que salpicando los áridos caminos levantaban otras tantas nubecillas de menudo polvo; pero no tardaron en convertirse en lluvia; y ántes que Lorenzo llegase al sendero que buscaba, caia á cántaros el agua.

Léjos de incomodarse con esto, la recogió con gusto, gozándose en aquel bullicio que causaban las hierbas y las hojas movidas y goteando, reverdecidas y relucientes.

Respiraba de cuando en cuando más recio y desahogadamente, y en aquella revolucion de la naturaleza le parecia sentir mejor la que se habia verificado en su destino.

Pero ¡cuánto más viva y completa hubiera sido esta sensacion, si hubiera podido adivinar lo que se vió pocos dias despues, á saber: que aquella agua se llevaba y barria, digámoslo así, el contagio; tanto que si el Lazareto no restituia al mundo desde entónces todos los vivos que encerraba, al ménos no tragaria otros; que al cabo de una semana se verian abiertas otra vez las puertas y las tiendas; que ya sólo se hablaria de cuarentenas, y que no quedaria de la peste sino algunas señales diseminadas, esto es, aquellos rastros que cada epidemia deja tras sí por algun tiempo! Caminaba, pues, nuestro viajero con bastanle prisa, sin haber aún determinado ni cuándo ni dónde pasaria la noche, ocupado sólo en ir adelante y llegar presto al pafs, para encontrar con quien hablar, á quien contar, y sobre iodo para pasar inmediatamente á Pasturo en busca de Inés.

Andaba revolviendo en su mente todas las cosas de aquel dia, y á vuelta de las miserias, horrores y peligros, siempre le ocurria el pensamiento de haber encontrado á Lucía viva y sana, y de que era suya; y entónces pegaba un brinquito con el cual hacía saltar el agua y el barro alrededor, á manera de un perro de lanas al salir del agua. Otras veces se contentaba con un estregon de manos, y proseguia su camino con más ahinco. Mirando al suelo, recapa-