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- Eso sería si la insolencia de las personas de su clase fuera ley para mí.

Las dos comitivas se habian parado cada una detras de su principal, mirándose al soslayo, y con las manos puestas en la daga, como prontos á la pelea. La gente que iba pasando se paraba á observar á cierta distancia, y su presencia animaba más el puntillo de los dos contendientes.

—Deja la acera, hombre vil, si no quieres que yo te enseñe el modo de proceder con los caballeros.

—;Cómo vil! mientes una y mil veces.

—Tú eres quien mientes en desmentirme (esta respuesta era de tabla). Si fueras caballero como yo, pronto le hiciera ver con la espada quién es el mentiroso.

—Salida de cobarde para evadirse de sostener con los hechos la insolencia de las palabras.

—Echad al arroyo á ese tuno,-dijo el caballero á los suyos.

—Ahora lo veremos,-repuso Ludovico, dando un paso atras y desenvainando la espada.

—Insolente!-gritó el otro sacando la suya;-cuando tu sangre haya manchado la mia, sabré hacerla mil pedazos.

Arrojáronse de esta manera el uno contra el otro, y los criados de ambas partes corrieron á la defensa de sus respectivos amos.

La lucha era desigual, tanto por el número, cuanto porque Ludovico trataba más bien de quitar los golpes y desarmar al enemigo que de matarle; pero éste queria su muerte á toda costa. Ludovico habia ya recibido de un bravo una puñalada en el brazo izquierdo y un rasguño en la cara, y el caballero se le echaba encima para rematarle, cuando Cristóbal, viendo á su amo en peligro, se abalanza con el puñal al enemigo, quien volviendo contra él toda su ira, le traspasó con la espada.

Al ver esto Ludovico, como fuera de sí, metió la suya por el vientre al provocador, el cual cayó muerto casi al mismo tiempo que el desgraciado Cristóbal. Malparados los asesinos que acompañaban al caballero, viéndole en el suelo echaron á huir. Los de Ludovico, igualmente maltratados, viendo que ya no habia con quien habérselas, y no queriendo encontrarse con la gente que de todas parfes acudia, pusieron tambien piés en polvorosa, y Ludovico se balló solo con aquellos dos cadáveres, en medio de una inmensa muchedumbre.

—¿Cómo ha sido? ¡un muerto!

—¡No, sino dos!