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veces habia ejercido su oficio en las calles. Vuelto al convento, á los pocos minutos entró en la enfermería, y acercándose á la cama de Ludovico:

—Consuélese usted,-le dijo,-pues á lo ménos' ha muerto bien, encargándome alcanzase de usted su perdon, así como él le otorgaba el suyo.

Estas palabras animaron al desconsolado Ludovico, excitando con mayor fuerza y más distintamente los confuscs sentimientos que agitaban su ánimo, á saber, la pena por el amigo muerlo, la afliccion y los remordimientos por el golpe que salió de su mano, y al mismo tiempo la dolorosa compasion en favor del hombre á quien quitó la vida.

—Y el otro?-preguntó con ánsia al Padre.

—Ya habia espirado-contestó-cuando yo llegué, Entretanto, eu las inmediaciones del convento, en sus avenidas, bullia el pueblo curioso; pero llegados los esbirros, hicieron despejar, poniéndose en acecho á cierta distancia de las puertas, de modo que nadie pudiese salir sin ser visto. Presentáronse tambicn armados de piés á cabeza un hermano del muerlo, dos primos, y un tio anciano con gran comitiva de bravos, rondando el convento, y mirando con ceño y ademan de despecho á los esbirros, los cuales, aunque no se atrevian á decir: «bien empleado le está,» lo llevaban escrito en la cara.

Apénas pudo Ludovico llamar á exámen sus pensamientos, hizo que le trajesen un confesor, y le suplicó que buscase á la viuda de Cristóbal, y le pidiese perdon en su nombre, por haber sido causa aunque involuntaria de aquella desgracia, asegurándola al mismo tiempo que de su cuenta corria la subsistencia de la familia. Reflexionando Juégo sobre su situacion, se renovó en él con más fuerza que nunca el pensamiento de tomar el hábilo, ya que otras veces le habia pasado por la cabeza. Parecióle que el mismo Dios le habia puesto en aquel camino, manifestándole su voluntad con haberle traido á un convento de capuchinos en aquella ocasion; y adoptandu irrevocablemente este partido, llam cion. La respuesta fué que convenia tener cuidado con las resoluciones precipitadas; pero que si persistia en su designio, no sería desechado. Con esto mandó llamar á un escribano, é hizo una donacion de todo lo que tenfa, que era todavía un rico patrimonio, á la familia de Cristobal, á saber, una cantidad crecida á la viuda, y el resto á los hijos.

La resolucion de Ludovico convenia mucho á los capu- Guardian, y le expuso su determina-