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y del público, y sería (segun el estilo moderno) una hermosa página en la historia de la familia. Hizo avisar aprisa á todos los parientes para que se sirviesen acudir á su casa á la hora del mediodía siguiente á recibir una satisfaccion en comun. Al mediodia, en efecto, bullia el paiacio de caballeros y damas de todas edades: se veian ir y venir y cruzarse por todas las salas ricas capas, plumas de varios colores, grandes espadas, gorgueras menudamente plegadas y almidonadas, y vestidos de mil maneras bordados: y en la antesala, en los patios, y áun en la calle, era inmenso el número de lacayos, cocheros, pajes, bravos y curiosos. Vió fray Cristóbal aquel aparato, y sospechando el motivo, se turbó algun tanto; pero recobrándose al momento, dijo asi: «Es justo: le maté en público, en presencia de tanto enemigo suyo; aquel fué un escándalo, esta es la satisfaecion.» Asi, pues, con los ojos bajos, y el Padre compañero al lado, entró por la puerta, cruzó el gran patio entre la turbamulta que lo miraba con curiosidad poco ceremoniosa, subió la escalera, y pasando por medio de otra muchedumbre elegante, que se separaba dejándole paso y siguiéndole con la vista, llegó hasta el amo de la casa, el cual, rodeado de los parientes mas propincuos, estaba de pié en medio de la última sala con la cabeza levantada y los ojos bajos, la mano izquierda apyada al puño de la espada, y la derecha sobre el pecho sosteniendo el cuello de la capa.

.Hay á veces en el continente y en el rostro de un hombre cierta expresion tan clara, que entre un número inmenso de personas inclina á todas á formar de él un mismo juicio. Él rostro y el continente de fray Cristóbal decia claramente que no se habia metido fraile ni hacia aquel acto de humillacion por temor humano; y esto principió á conciliarle los ánimos. Así que vió al ofendido, apresuró el paso, se echó de rodil'as á sus piés, cruzó las manos sobre el pecho, y bajando la cabeza rapada, se expresó en estos términos:

—Yo soy el homicida del hermano de usted. Bien sabe el Señor que quisiera restituirle la vida á costa de mi sangre; pero no pudiendo sino pedir perdon, le suplico que acepte por Dios mi arrepentimiento.

Todos los ojos estaban clavados en el novicio y en el personaje á quien hablaba; todos los oidos prestaban atencion á sus expresiones. Al callar fray Cristóbal, se levantó en toda la sala un murmullo expresivo de compasion y respeto.

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