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fio á otro, y no hallando el mensajero en su casa al desafiado, entregó la esquela á un hermano suyo, el cual, despues de leerla, apaleó al dador. El Conde aprobaba la accion, el Podestá la afeaba, defendiendo en forma escolástica su opinion. En fin, despues de muchas voces y gritos sin entenderse unos á otros, se empeñó D. Rodrigo como por befa disimulada en que decidiese la cuestion el padre Cristóbal. Negóse éste por algun tiempo, alegando que no entendia de semejantes materias; pero al fin, hostigado por todos, dijo que su parecer sería que no hubiese desafios ni palos, ni mensajeros de aquella clase.

Los convidados se miraron todos como pasmados.

—¡Vaya,-interrumpió el conde Atilio, que la sentencia es original! Perdone usted, Padre; se ve que usted no conoce el mundo.

—¿Quién, el Padre?-dijo D. Rodrigo,-jay, ay! primo.

Lo conoce mejor que tú. No es verdad, Padre? No es cierto que usted tambien ha corrido sus caravanas? Fray Cristóbal, en vez de contestar á tan maliciosa insinuacion, no habló palabra.

—No será extraño,-dijo el primo:-iy cómo se llama el Padre?

—Padre Cristóbal,-respondieron casi todos á la vez.

—Pues, padre Cristóbal, muy señor mio,-prosiguió el Conde;-veo que usted quisiera trastornar el mundo de arriba á bajo. Sin desafios y sin palos, jadios pundonor! ¡lmpunidad para toda la canalla! Por fortuna, la cosa no es posible.

—Ea, Abogado,-saltó D. Rodrigo, que no queria que siguiese la disputa entre su primo y el Padre;-ea, usted, que sabe dar la razon á todos, veamos cómo apoya el argumento del padre Cristóbal.

—A la verdad,-respondió el Abogado con el tenedor en el aire, y volviéndose al religioso;-á la verdad, no comprendo cómo el padre fray Cristóbal, que al paso que es buen religioso es lambien hombre de mundo, no ha reflexionado que su sentencia, excelente para el púlpito, nada vale (y usted perdone) en una disputa de caballería; pero el Padre sabe, mejor que yo, que todas las cosas son buenas en su lugar, y yo creo que esta vez ha querido salir del paso con una pulla en lugar de dar una sentencia.

Tampoco á esto respondió fray Cristóbal; pero D. Rodrigo, cansado de esta cuestion, quiso promover otra, con cuyo objelo dijo: