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-He oido que en Milan corrian voces de que se trataba de un convenio.

Nuestros lectores quizá sabrán que en aquel año estaba encendida la guerra por la herencia del ducado de Mantua; porque habiendo fallecido sin sucesion masculina Vicente Gonzaga, habia entrado en aquel estado el duque de Nevers, su pariente más inmediato.

Luis XİII, 6 por mejor decir, el cardenal Richelieu, queria sostenerle en él por ser afecto suyo y naturalizado frances: Felipe IV, 6 por mejor decir, el conde-duque de Olivares, se oponia por las mismas razones, y habia declarado guerra á la Francia. Como por otra parte el ducado de Mantua era feudo del Imperio, las dos partes contendientes andaban en negociaciones con el emperador Fernando II, la una para que diese la investidura al nuevo Duque, y la otra, no sólo para que la negase, sino para que contribuyese á echarle del Ducado.

Sosteniendo el Conde que las cosas se arreglarian, dijo que tenía razones y fundamento para pensarlo.

—No lo crea usted, sei or Conde,-contesti el Podestá.- Aunque en este rincon, no estamos á ciegas de lo que pasa, porque el señor Gobernador español, que me estima más que merezco, y por ser hijo de un criado del Conde-Duque, debe saber alguna cosa...

—No se canse usted.-interrumpió el Conde:-yo en Milan hablo todos los dias con otros personajes, y sé de buena tinta que el Papa, que está muy empeado en la paz, ha hecho proposiciones...

—Asi debe ser,-replicó el Podestá.-La cosa está en regla. Su Santidad cumple con su obligacion. Un Papa debe siempre poner paz entre los principes cristianos; pero el Conde-Duque tiene su politica, y...

—Y qué? Sabe usted cómo piensa el Emperador en este asunto? ¿Cree usted que en el mundo no hay más que Mantua? Hay muchas cosas á que atender, señor mio. Sabe usted, por ejemplo, hasta qué punto puede el Emperador fiarse en este momento de su principe de Valdistaino, 6 Valdistain, como se llama, y sé...

—El nombre verdadero en aleman,-interrumpió otra vez el Podestá,-es Wallenstein, como he oido muchas veces que lo pronuncia el Gobernador español. No tenga usted miedo, que ántes de mucho...

—¿Querrá usted ahora darme lecciones...?-replicó el Conde.

Pero D. Rodrigo lo tocó con la rodilla indicándole que