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CAPÍTULO VI.

—¿En qué puedo servir á usted?-dijo D. Rodrigo plantándose en medio de la sala, y aunque las palabras fueron estas, el tono con que las prenunció daba claramente á entender que mirase con quién hablaba, que pesase bien las palabras y que despachase.

Para animar á nuestro fray Cristóbal no habia medio más seguro ni más expedito que el de apostrofarle con altivez; y, efectivamente, miéntras estaba suspenso buscando las palabras y pasando entre los dedos las cuentas del rosario, que tenia colgado de la cintura, como si buscase en alguna de ellas el exordio de su discurso, al ver aquel modo de D. Rodrigo, le ocurrieron más expresiones de las que necesitaba; pero pensando luégo cuánto importaba no echar á perder su asunto, 6 por mejor decir, el ajeno, corrigió y templó las frases que le habian ocurrido, y dijo con meditada humildad:

—Vengo á proponer á V. S. un acto de justicia, y á pedirle una caridad. Algunos hombres de depravada conducta han comprometido el nombre de V. S. para intimidar á un pobre cura, é impedirle que cumpla con su obligacion en perjuicio de dos inocentes. V. S. puede con una sola palabra desmentir á los malvados, restablecer el órden, y reanimar & aquellos á quienes se hace semejante extorsion.

V. S. lo puede, y pudiéndolo, la conciencia, el honor...

—Usted, Padre, me hablará de mi conciencia-interumpió D. Rodrigo-cuando vaya á pedirle consejo: por lo que toca al honor, tenga entendido que es cuidado que á mí solo me pertenece, á mí únicamente, y que cualquiera que pretenda tomar parte en él es un atrevido que lo ultraja.

Convencido fray Cristóbal de que D. Rodrigo tomando pié de sus palabras trataba de dar otro giro al asunto con tergiversaciones, se empeñó todavía más en sufrir, y resuelto á tolerar cuanto aquel altanero quisiese decirle, respondió con la mayor sumision:

—Si acaso se me ha escapado alguna expresion que pueda desagradar á V. S., crea que ha sido sın intencion.

Corrijame, pues, y repréndame si no sé hablar como con-