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| — Estos son embrollos,-dijo Lucfa,-no son cosas bien hechas. Hasta ahora hemos obrado bien; sigamos adelante con fe, que Dios nos ayudará. Lo ha dicho fray Cristóbal; oigamos ántes su parecer.

—Déjate gobernar por quien sabe más que tú,-contestó Inés con gravedad.-;Qué necesidad hay de pedir parecer á nadie? Dios dice: ayúdate, que yo te ayudaré. Al Padre se lo contaremos todo despues.

—Lucia,-dijo Lorenzo,-¿qué timidez es esa? ¿No hemos procedido hasta aquí como buenos cristianos? No debia estar ya celebrado el matrimonio? ¿No nos habia señalado el señor Cura el dia y la hora? ¿Quién tiene, pues, la culpa, si nos ayudamos con un poco de maña? No, no creo que me faltes. Vóime, y vuelvo con la respuesta.

Y saludando á Lucía con tono de súplica, y á Inés con semblante de satisfaccion, se marchó apresuradamente.

Suele decirse que los apuros aguzan el ingenio, y Lorenzo, que en el curso regular de su vida, no se habia hallado hasta entónces en necesidad de afilar el suyo, discurrió en esta ocasion una treta capaz de honrar á cualquier jurisconsulto de aquella época. Con efecto, marchó en derechura á buscar á cierto amigo suyo llamado Antoñuelo, y le halló haciendo una polenta; su madre, su hermana y su mujer estaban sentadas á la mesa, y tres 6 cuatro niños en pié lenian los ojos clavados en el perol, esperando con ánsia que lo quitasen del fuego. Miéntras Lorenzo trocaba los saludos con la famılia, volcó Antoñuelo sobre la mesa de pino la polenta, cuya mole no estaba en razon del número de los individuos de que se componia la familia, ni de su apetito, sino en la de los tiempos. Sin embargo, las mujeres convidaron á Lorenzo con el cumplimiento de «¿usted gusta?» que usan siempre los aldeanos de la Lombardía, cuando se presenta alguno en hora en que están comiendo.

—Gracias!-contestó Lorenzo;-sólo venia á hablar dos palabras con mi amigo; y si quieres, Antoñuelo, para no molestar á tu alli hablaremos.

Gustoso aceptó Antoñuelo el convite, y tampoco le puso mala cara la familia, viendo disminuirse el número de los concurrentes á la comida. El convidado, sin preguntar más, se salió con Lorenzo á la calle.

Llegados á la hosteria, y sentados con toda comodidad solos á una mesa, pues la miseria habia ahuyentado de aquel sitio á todos los glotones, mandaron traer lo poco ente, iremos á comer juntos á la hostería, y