Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/94

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 82 —

- rada por el remordimiento de todo lo que él llamaba debilıdad pasajera, no habiendo contribuido poco á restituirle á sus antiguos sentimientos de depravacion las demostra ciones de obsequio y sumision recibidas en el paseo del dia anterior, y las chanzas del primo. Apénas levantado, hizo llamar al Canoso. «¡Asunto gordo!» dijo para sí el criado que recibió la órden, porque el hombre que tenfa este apodo era nada mėnos que el jefe de los bravos, el mismo á quien se encargaban las empresas más arduas y arriesgadas, el que gozaba de la confianza del amo, y fiel á toda prueba, tanto por su interes como por agradecimiento. Habiendo cometido públicamente un homicidio, para librarse de las uñas de la justicia se habia acogido á la proteccion de D. Rodrigo, el cual con recibirle por criado, le habia puesto al abrigo de toda persecucion.

Prestándose de esta manera á cometer cualquier delito que se le mandase, se habia asegurado la impunidad del primero. Su adquisicion era para D. Rodrigo cosa de mucha importancia; porque además de ser el Canoso el más valiente de todos sus criados, era tambien una muestra de lo que el amo podia intentar con éxito contra las leyes, de modo que su poder se aumentaba tanto en realidad como en opinion.

—Canoso,-dijo D. Rodrigo;-ahora es cuando se ha de ver lo que vales. Antes de mañana esa Lucía debe estar en este palacio.

—Jamás se dirá que el Canoso ha dejado de obedecer un mandato de su señor.

—Llévate los hombres que necesites, manda y dispon la cosa como te parezca, con tal que se consiga el objeto; pero cuida sobre todo de que no se le haga daño.

—Señor, un poco de miedo para que no alborote es indispensable.

—Miedo!... comprendo... es preciso; pero cuidado que no se la toque al pelo de la ropa; en fin, que se la respete en todo y por todo. įEntiendes?

—Señor, no es posible arrancar una flor de su planta y traerla á vuestra señoría sin ajarla un poquito; pero no se bará sino lo puramente necesario.

—La cosa queda á tu cargo... ¿Cómo piensas tú hacerlo?

—Estaba pensándolo... Tenemos la fortuna de que la casa se halla á la salida del pueblo. Necesitamos de un paraje para ocultarnos, y justamente á poca distancia hay en el campo aquella casucha medio derribada, aquella casa...