largas colas amarillas, pertenecientes a la especie de los charmasira papúa; promerops superbi, gruesos como pichones, y con el plumaje negro, tan fino que parece de terciopelo, y la cola larga y ancha adornada de un extraño penacho rizado; cicinnuros regii, del tamaño de mirlos, y las plumas de los colores más hermosos que pueden imaginarse. Al volar por los aires, reflejando al sol sus tonos rubios, esmeraldas y oro y plata brillantísimos, parecen flores animadas o mariposas gigantescas.
Si abundaban las plantas y los árboles, faltaban, en cambio, absolutamente los hombres. No se descubría rastro siquiera de ellos en aquellas orillas. ¿Se hallaban los náufragos en una costa desierta? Si era así, el hecho no les inquietaba, sino al contrario; pues de los hombres con que hubieran podido tropezarse por aquellos lugares, más tenían que temer que esperar.
A las dos, y a cerca de tres millas de la desembocadura, el Capitán hizo que acercaran la chalupa a la orilla más cercana para dar algún descanso a los remeros y para comer algo, pues estaban completamente en ayunas.
No se atrevieron, sin embargo, a encender fuego por no llamar la atención de los salvajes que pudiera haber en aquellos espesos bosques, y se contentaron con comer galletas y sardinas ahumadas, a las que agregaron varios durions, frutas exquisitas, grandes como la cabeza