cuchillo y mil otros objetos de lujo.
Algunas especies fluviales dan una concha hermosísima que se paga muy cara; otras dan un aceite finísimo, transparente y realmente exquisito.
De estos pobres anfibios se hace un consumo enorme, y si continúa la destrucción, antes de muchos años desaparecería la especie. En América comienza ya a escasear.
—Dicen que los pescadores de tortugas no las matan siempre—dijo Van-Horn.
—Es cierto—respondió el Capitán—. Primero examinan su cuerpo para asegurarse de la belleza de la concha, y practicándole una incisión junto a la cola ven la calidad y cantidad de aceite que puede producir.
Si es escasa o de inferior calidad y además el animal está delgado, vuelven a darle libertad para que engorde.
—¿Y si, estando delgadas, tienen la concha hermosa?
—Lo privan de la concha, y lo dejan ir.
—Pero morirá en seguida, después de tan espantosa mutilación.
—No, Cornelio. Aun privado de la concha, que fué su cuna y que debía ser su sepulcro, el pobre anfibio vive. Va a esconderse en alguna hendidura y permanece en ella sin salir más que lo preciso, hasta que poco a poco le nace otra concha, que nunca es tan hermosa ni tan fina como la primera.
—¡Pobres animales! Pierden su casa, y sólo logran,