australiano el que lo maneja. Consiste en una estaca ligeramente curvada, que se lanza a brazo y que va volteando por el aire. Los australianos la manejan con singular destreza y no dejan de atinar nunca a bastantes pasos de distancia.
Quizás tengamos ocasión de conocer esa arma arrojadiza... Pero...
¡Calla!... ¡Esto sí que es raro!
—¿Qué ves?
—Mira hacia aquel matorral.
—Ya lo veo.
—¿Lo había antes?
—La verdad, no he puesto la bastante atención para poder asegurar nada; pero, tienes razón, creo que no lo había.
—Pues yo estoy seguro de que en el lugar que ahora ocupa no había antes absolutamente nada.
—Y ¿es posible que en pocos instantes haya crecido esa hierba? Nunca podré creerlo.
—Pues te repito que antes no había nada en ese terreno.
—¿Nos ocultará alguna desagradable sorpresa?
—Mucho me lo temo, Cornelio.
El matorral de que hablaban estaba formado por veinte o treinta matojos puestos en fila, y distaba menos de cien pasos de ellos.
—Pues yo, tío, voy pronto a aclarar ese misterio.
Y avanzando con el fusil amartillado hacia el matorral,