Ir al contenido

Página:Los poemas éroticos de Ovidio - Tomo I - Biblioteca Clásica CCXXXIX.pdf/317

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
312
Ovidio

flauta de cañas desiguales, y cerca descansan sus fieles compañeros, los perros guardianes del rebaño. Más lejos, en las profundas selvas, óyense los mugidos de la vaca que llama al becerro extraviado. ¿Qué decir de las abejas dispersas por el humo del tejo, cuando les castran la miel de las rebosantes colmenas? El otoño nos regala sus frutos, el estío se engalana con las mieses, la primavera se ciñe de flores y el fuego del hogar nos defiende del invierno. Todos los años en época fija el vendimiador coge los maduros racimos, que se convierten en mosto bajo sus desnudos pies; en época señalada el gañán corta las hierbas, recoge los haces y con los dientes del rastrillo limpia de broza la pradera que segó. Tú mismo puedes sembrar las plantas en el húmedo huerto y conducir allí las aguas tranquilas del arroyo. ¿Ha llegado la sazón de injertar? Haz que la rama adopte otra distinta y el árbol se vista de hojas que no son suyas. Así que estos placeres embargan la atención, el amor pierde su violencia y huye con débiles alas.

Si no, dedícate a la caza. En mil ocasiones se entregó Venus a vergonzosa fuga, vencida por la hermana de Febo. Ahora persigas la tímida liebre con el perro de sutil olfato, ahora tiendas las redes en la maleza de los bosques, y espantes al ágil ciervo con tus estratagemas, y veas caer al jabalí herido por tus dardos, sin acordarte de las bellas, te entregarás por la noche al sueño que alivia las fatigas y darás a tus miembros un saludable descanso.

Es ocupación más tranquila, pero muy entretenida, la de perseguir a los pájaros, caza de poca entidad,