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Página:Los poemas éroticos de Ovidio - Tomo I - Biblioteca Clásica CCXXXIX.pdf/334

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El remedio del amor

incita la congoja del sediento. Difícil empresa la de detener al toro que ve a la ternera, y el potro generoso relincha cuando divisa la yegua.

Aunque me obedezcas, no es bastante que abandones a tu dueño, si quieres pisar indemne la playa; exijo que te despidas de su madre, de su hermana, de la nodriza que le sirvió de confidente, y de cuantas personas tengan con ella la menor conexión. Teme que un siervo o una criada con fingidas lágrimas se te acerque suplicante a saludarte en nombre de su señora, y no le preguntes cómo se encuentra, por más que te interese el saberlo. Echa un candado a la lengua, y tu discreción alcanzará el debido premio. Tú, que pregonas los cien motivos que tuviste para romper definitivamente con ella, y las muchas razones que provocaron tus fundadas quejas, cesa en las lamentaciones, véngate mejor callando, y así llegarás a olvidarla sin sentimiento. Preferible es que calles a manifestar que la desprecias. El que confiesa a todos que no ama, ama todavía. Se extingue la llama con más seguridad poco a poco que pretendiendo ahogarla de súbito. Retírate con paso lento, y será cierta tu libertad. El torrente suele precipitarse con más violencia que el curso sosegado del río; mas la carrera del uno es breve, y la del otro incesante. Que tu pasión efímera se desvanezca como nube en los aires, y se aplaque por grados sin esfuerzo. Es un crimen aborrecer hoy a la que amabas ayer: tan rápidas mudanzas sólo convienen a caracteres violentos y atroces; basta que no te preocupes de ella: el que trueca el amor en odio, o ama o siente el fin de