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Paul Verlaine

¿Con tu voz clavicordios y viola imitarás,
y con marchita mano el seno apretarás
donde la mujer se ha hecho sibilina blancura
para labios que de aire azul quieren hartura?

A decir verdad, este idilio fué malamente un preso (¡y muy malamente!) hacia fines del último reinado en un periódico hebdomadario, en extremo aburrido: El Correo del Domingo. Mas muy poca cosa podía significar aquel hostil bombo al revés, puesto que, para todos los espíritus altos, el Don del poema, acusado de excentricidad alambicada, viene a ser la sublime dedicatoria con que un poeta superior ofrece a la mitad de su alma uno de esos horribles conatos a los que tanto se quiere, por más que ensayemos no amarlos, y para los que imaginamos toda la mayor protección, aun contra nosotros mismos.

El Correo del Domingo era republicano, liberal y protestante; pero republicano de gorro frigio encasquetado o monárquico del mejor cuño, o indiferente a cualquiera en la vida pública, ¿no es verdad—¡oh Stello!--que nunc et semper et in secula, el poeta sincero se halla maldito por el régimen de cada interés?

El ceño del poeta se frunce sobre el público, pero su visión se dilata, su corazón se robustece sin cerrarse a nada, y así, preludia su definitiva autoelección:

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