CAPITULO II
DEL LIBRO PRIMERO
Reposando dejaron los ministros de la nave al mancebo, en cumplimiento de lo que su señor les había mandado; pero como le acosaban varios y tristes pensamientos, no podía el sueño tomar posesión de sus sentidos, ni menos lo consintieron unos congojosos suspiros y unas angustiadas lamentaciones que a sus oídos llegaron, a su parecer, salidos de entre unas tablas de otro apartamiento que junto al suyo estaba; y poniéndose con grande atención a escucharlo, oyó que decían:
—En triste y menguado signo mis padres me engendraron, y en no benigna estrella mi madre me arrojó a la luz del mundo; y bien digo arrojó, porque nacimiento como el mío, antes se puede decir arrojar que nacer. Libre pensé yo que gozara de la luz del sol en esta vida; pero engañóme mi pensamiento, pues me veo a pique de ser vendida por esclava: desventura a quien ninguna puede compararse.
—¡Oh tú, quienquiera que seas!—dijo a esta sazón el mancebo—. Si es, como decirse suele, que las desgracias y trabajos, cuando se comuni-