éste en que nos hallamos ha de ser el último trance que de nuestras desventuras puede temerse! Suerte dichosa ha sido el hallarte; pero desdichada ser en tal lugar y en semejante traje.
Lloraban entrambos, cuyas lágrimas vió el bárbaro Bradamiro, y creyendo que Periandro las vertía del dolor de la muerte de aquel que pensó ser su conocido, pariente o amigo, determinó de libertarle, aunque se pusiese a romper por todo inconveniente; y así, llegándose a los dos, asió de la una mano a Auristela y de la otra a Periandro, y con semblante amenazador y ademán soberbio, en alta voz dijo:
—Ninguno sea osado, si es que estima en algo su vida, de tocar a estos dos, aun en un solo cabello; esta doncella es mía, porque yo la quiero, y este hombre ha de ser libre porque ella lo quiere.
Apenas hubo dicho esto, cuando el bárbaro gobernador, indignado e impaciente sobremanera, puso una grande y aguda flecha en el arco, y desviándole de sí cuanto pudo extenderse el brazo izquierdo, puso la empulguera con el derecho junto al diestro oído, y disparó la flecha, con tan buen tino y con tanta furia, que en un instante llegó a la boca de Bradamiro, y se la cerró, quitándole el movimiento de la lengua y sacándole el alma, con que dejó admirados, atónitos y suspensos a cuantos allí estaban. Pero no hizo tan a su salvo el tiro, tan atrevido como certero, que no recibiese por el mismo estilo la paga de su atrevimiento; porque un hijo de Corsicurbo el bárbaro, que se