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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/65

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—Dices verdad. Ricla mía—que éste era el propio nombre de la bárbara; con cuya variable historia admiraron a los presentes, y despertaron mil alabanzas que les dieron y mil buenas esperanzas que les anunciaron, especialmente Auristela, que quedó aficionadísima a las dos bárbaras, madre e hija.

El mozo bárbaro, que también, como su padre, se llamaba Antonio, dijo a esta sazón no ser bien estarse allí ociosos, sin dar traza y orden como salir de aquel encerramiento, porque si el fuego de la isla, que a más andar ardía, sobrepujase las altas sierras, o, traídas del viento, cayesen en aquel sitio, todos se abrasarían.

—Dices verdad, hijo—respondió el padre.

—Soy de parecer—dijo Ricla—que aguardemos dos días, porque de una isla que está tan cerca désta, que algunas veces, estando el sol claro y el mar tranquilo, alcanzó la vista a verla, della vienen a ésta sus moradores a vender y a trocar lo que tienen con lo que tenemos, y a trueco por trueco. Yo saldré de aquí, y pues ya no hay nadie que me escuche o que me impida, pues ni oyen ni impiden los muertos, concertaré que me vendan una barca por el precio que quisieren, que la he menester para escaparme con mis hijos y mi marido, que encerrados en una cueva tengo, de la riguridad del fuego. Pero quiero que sepáis que estas barcas son fabricadas de madera, y cubiertas de cueros fuertes de animales, bastantes a defender que no entre agua