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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/72

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pechas. Pero de todas éstas le aseguró el viento, que volvió en un instante el soplo que daba de lleno y en popa a las velas en contrario, de modo que a vista suya, y en un momento breve, dejó la nave derribar las velas de alto a bajo, y en otro instante casi invisible las izaron y levantaron hasta las gavias, y la nave comenzó a correr en popa por el contrario rumbo que venía, alongándose de las barcas con toda priesa. Respiró Auristela, cobró nuevo aliento Periandro; pero los demás que en las barcas iban quisieran mudarlas, entrándose en la nave, que, por su grandeza, más seguridad de las vidas y más felice viaje pudiera prometerles. En menos de dos horas se les encubrió la nave, a quien quisieran seguir si pudieran; mas no les fué posible, ni pudieron hacer otra cosa que encaminarse a una isla cuyas altas montañas, cubiertas de nieve, hacían parecer que estaban cerca, distando de allí más de seis leguas. Cerraba la noche, algo escura; picaba el viento largo y en popa, que fué alivio a los brazos, que, volviendo a tomar los remos, se dieron priesa a tomar la isla.

La media noche sería, según el tanteo que el bárbaro Antonio hizo del norte y de las guardas, cuando llegaron a ella, y por herir blandamente las aguas en la orilla, y ser la resaca de poca consideración, dieron con las barcas en tierra y a fuerza de brazos las vararon. Era la noche fría, de tal modo, que les obligó a buscar reparos para el hielo; pero no hallaron ninguno. Ordenó Perian-