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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/77

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béme algún tanto; pero como el interés era tan grande, moví los pies para seguirla, y hallélos sin grillos y sin cadenas, y las puertas de toda la prisión de par en par abiertas, y los prisioneros y guardas en profundísimo sueño sepultados. En saliendo a la calle, tendió en el suelo mi guiadora un manto, y mandándome que pusiese los pies en él, me dijo que tuviese buen ánimo, que por entonces dejase mis devociones; luego vi mala señal, luego conocí que quería llevarme por los aires, y aunque, como cristiano bien enseñado, tenía por burla todas estas hechicerías, como es razón que se tengan, todavía el peligro de la muerte, como ya he dicho, me dejó atropellar por todo, y, en fin, puse los pies en la mitad del manto, y ella ni más ni menos, murmurando unas razones que yo no pude entender, y el manto comenzó a levantarse en el aire, y yo comencé a temer poderosamente, y en mi corazón no tuvo santo la letanía a quien yo no llamase en mi ayuda. Ella debió de conocer mi miedo y presentir mis rogativas, y volvióme a mandar que las dejase. “¡Desdichado de mí!—dije—. ¿Qué bien puedo esperar si se me niega el pedirle a Dios, de quien todos los bienes vienen?” En resolución, cerré los ojos y dejéme llevar de los diablos, que no son otras las postas de las hechiceras, y, al parecer, cuatro horas o poco más había volado, cuando me hallé al crepúsculo del día en una tierra no conocida. Tocó el manto el suelo, y mi guiadora me dijo: “En parte estás, amigo Rutilio, que todo el género hu-