CAPITULO XDe lo que contó el enamorado portugués.
—Con más breves razones de las que sean posibles daré fin a mi cuento, con darle al de mi vida, si es que tengo de dar crédito a cierto sueño que la pasada noche me turbó el alma. Yo, señores, soy portugués de nación, noble en sangre, rico en los bienes de fortuna y no pobre en los de naturaleza; mi nombre es Manuel de Sosa Coitiño; mi patria, Lisboa, y mi ejercicio, el de soldado. Junto a la casa de mis padres, casi pared en medio, estaba la de otro caballero del antiguo linaje de los Pereiras, el cual tenía sola una hija, única heredera de sus bienes, que eran muchos, báculo y esperanza de la prosperidad de sus padres; la cual, por el linaje, por la riqueza y por la hermosura, era deseada de todos los mejores del reino de Portugal; y yo, que como más vecino de su casa, tenía más comodidad de verla, la miré, la conocí y la adoré con una esperanza, más dudosa que cierta, de que podría ser viniese a ser mi esposa; y por ahorrar de tiempo, y por entender que con ella habían de valer poco requiebros, promesas ni dádivas, determiné de que un pariente mío se la pidiese a sus padres para esposa mía,