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¿No estaría enferma? No; iba á hablar de nuevo; los dulcísimos labios de rosa de macupas, se entreabrían balbucientes; los ojos lacrimosos se alzaban hasta él.
—Porque yo no sé... Pero sí lo sé... Yo amo, papá mío, á un hombre que se llama Bernardo Katig.
Y no dijo más; tan fuertemente cerrados los ojos y la boca, en la que empezó á borbotar una espuma de saliva viscosa y amarillenta, completamente yerta, completamente fría, transportada en brazos del padre al lecho, sobre el que cayó dulcemente como una flor sobre una sábana.
Oía, después, vagamente, en medio de sus delirios perpétuos una voz grave, consolando á la tía, al padre y á Toñing que se había encaramado á la cama y no quería apartarse de sus piés.