blanca hay un viejo y una vieja, que ya te adoran sin conocerte, porque te adoro yo, que vengo de sus entrañas. Nos irémos allá, lejos de los hombres, junto al fuego del amor y los cráteres en celo, refugiados los dos en un alma, los dos en una vida por los dos; y ya verás ¡qué dulces se irán todas las horas! ¡qué dulce el amor del amado á la esposa...!
Calló, de pronto, miedoso acaso de ir tan lejos en su proposición, ó acaso también ante el temblor de Chilang, muriente de rubor, llena de amor, gimiendo misericordia. Pero no acertaba á desasir sus manos de las de ella, feliz á sus piés, aspirándola en su aroma. Y antes de que la criada con el hermanito llegaran, llamándola á gritos, asustados de haberla perdido entre la noche, Katig, sólo tuvo tiempo para