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—¿Ves, mi vida? Todo rústico, sencillo, salvaje.

Paisaje y gentes. Aquí te puedo amar. Aquí te debo amar.

La tenía cogida por la cintura, mirando los dos, hacia la mole ardiente, lamida por las aguas fosforecentes de la Bombón.

De pronto, él se apartó de la ventana. Por su frente caprichosa de poeta había cruzado el raro proyecto de unas divinas nupcias. Sí, sí, así sería; y se lo dijo á Chilang, suspirando, delirando...

—A la madrugada. ¿Sabes? nos vamos allí, al volcán, y allí, ante el divino tabernáculo lleno de fuego, lleno de Dios, ante los viejos dioses de mi tierra, te deshojo en mis brazos, dulce flor de amor.

En tanto, la tierra temblaba, temblaba como si fuera una vírgen también á quién