Abrióse entónces la puerta del salon y entraron de regreso de paseo, el conde, la condesa y la condesita. La linda niña no hacía gran caso en aquel momento de la ramita de manzano que con tanto cuidado colocó en el jarro de porcelana. Andaba muy despacito y llevaba en las manos, con la mayor precaucion, cierta cosa encerrada en un cucurucho de hojas de fresno; hizo cerrar puertas y ventanas para que una corriente de aire cualquiera no se llevase lo que guardaba con tanto cuidado; no habia tomado tantas precauciones cuando tomó y se llevó la rama de manzano, á pesar de su hermosura.
Luego separó con el mayor tiento las hojas de fresno que formaban el cucurucho: ¿y qué se diría que sacó? Una flor en granos de aquel diente de leon tan despreciado. Y la curiosa niña adaptó toda clase de precauciones para preservar de cualquier choque, ó del más ligero soplo, aquel haz tan maravillosamente formado de unos filamentos tan lindos, finos y delicados. Los cuidados de la condesita tuvieron el éxito que deseaba, porque el copo, más ligero que el polvillo, estaba intacto y todos los circunstantes admiraron su ingeniosa disposicion.
« ¡Cómo se manifiesta el poder de Dios en las cosas más mínimas! dijo la condesita. » Traedme mi caja de colores para que pinte esta maravilla tan delicada en una misma tela, con mi rama de manzano,