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EL REY DE LOS OLMOS.

De repente aparecieron dos fuegos fatuos bailando y saltando. « ¡Ahí están, ahí están! » exclamaron todos.

Dadme la corona, dijo el rey y pongámonos en rueda, á la claridad de la luna, como conviene á los genios de la noche. »

Las princesas se arroparon en sus chales diáfanos é hicieron una graciosa reverencia á sus augustos huéspedes.

El viejo gnomo de Dovre llevaba tambien una corona hecha de hielo y de piñas, cortada con arte; iba vestido de una piel de oso blanco, y calzado de enormes botas forradas. Sus hijos iban con el cuello descubierto y en mangas de camisa, como unos gañanes; parecían gnomos de la plebe, por más que su gorro puntiagudo tuviese una forma elegante.

« ¿Es eso lo que llaman aquí una altura? dijeron mirando la colina; en Noruega la llamaríamos un nido de hormigas. - Vamos callen esas bocas! dijo su padre, y fué en seguida á saludar á las princesas y dar un abrazo á su antiguo amigo el rey de los olmos.

Despues que hubieron admirado y alabado las maravillas del palacio, se sentaron á la mesa. Los personajes acuáticos, el rey del fango y sus familias, estaban colocados en unos grandes barreños lleno s de agua, donde se zambullian á su placer.

Celehróse el festin con toda felicidad y los conví-