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Página:Los zapatos colorados.djvu/78

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ANDERSEN.

hácía atras, por requerirlo así el paso que estaba ejecutando. Pero el soldado de plomo creía sencillamente que, como él, no tenia más que una pierna, y es acaso lo que más le gustaba en ella.

« Hé aqui la mujer que me convendría, pensó el pobre lisiado; pero es de una alcurnia muy alta para que me quiera; ella habita en un placio yo no tengo más domicilio que una cnja de madera blanca, donde vivimos veinte y cinco. No es un lugar decente para ella, pero á pesar de eso, acaso logre yo llegar á conocerla. »

Así, cuán grande fué su alegría cuando el niño le colocó encima de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa, cerca de la quinta; desde allí podia admirar á sus anchuras la graciosa postura de la linda señorita, que se mantenía siempre sobre una sola pierna sin perder el equilibrio.

En esta posición le olvidaron una noche cuando volvieron á meter los dornas soldados en la caja. Todo el mundo se rué á dormir, y á eso de média noche los juguetes se pusieron á jugar por sí y ante si para distraerse. El polichinela hacía las más locas cabriolas, la peonza roncaba que era un contento, y los soldados se revolvían en la caja, queriendo salir para tomar parte en la fiesta, pero no pudieron alzar la tapa. La algazara llegó á tal punto, que el canario se despertó y dió algunos alegres gorjeos.