Los dos únicos seres que no se menearon de su puesto, eran el soldado de plomo y la bailarina; esta se manten ía siempre sobre la punta del pié, con los brazos tendidos en forma de arco, y aquel firme en su única pierna, sin apartar los ojos de su vecina.
En esto el reloj dió las doce de la noche. ¡Pif, paf! la tapa de la tabaquera se levanta, movida por un muelle y aparece un gnomito enteramente negro; no er a una verdadera caja de tabaco, sino un juguete de muelle.
El soldado fué arrojado sobre la mesa, pero volvió á caer sobre un pié y continuó admirando á la bailarina, como si nada hubiese sucedido.
« ¡Hombrecillo cojuelo! dijo el gnomo; no dirijas tus miradas hácia personas tan superiormente colocadas sobre tu baja esfera. »
El soldado permaneció inmóvil sin responder una palabra.
« Bien, bien, temerario mozuelo, volvió á decir el gnomo; mañana verás lo que te sucede. »
Á la mañana siguiente todo el mundo se levantó. La criada, mientras arreglaba la habitacion, puso por un instante al soldado en el borde de la ventana que estaba abierta; de repente, creo que el gnomo Iué el autor, sopla una ráfaga de viento, cruje la ventana y el soldadito se ve arrojado á la calle, cabeza abajo, desde un tercer piso. ¡Qué viaje tan terrible!