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VII
INTRODUCCIÓN

de las declaraciones de los monarcas, el obispo de Darien, fray Tomás Ortiz, sostuvo en presencia de Carlos V que los indios eran siervos á natura, y así lo afirmaban célebres doctos y jurisconsultos distinguidos, la católica Isabel pruebas dio de tener un espíritu superior al siglo en que vivía, y de haber vislumbrado al través de las prerogativas del vasallo los sagrados derechos del ciudadano.

 Isabel la Católica hizo tanto en favor de los naturales del Nuevo Mundo, como los señores de la tierra que con indomable constancia defendieron su independencia: ella no podía oponerse á la terrible evolución que arrojaba al antiguo sobre el nuevo continente en una guerra de conquista; pero pudo y tuvo levantado espíritu y resuelta voluntad para apartar de los conquistados el azote de la esclavitud. Si clérigos codiciosos ó ávidos encomenderos [1], abusando de su influjo en las colonias, y de la criminal debilidad de gobernantes ineptos ó venales, se burlaron del recuerdo de Isabel y de las leyes de Castilla, convirtiendo en bestias de carga á los indígenas y haciéndoles trabajar bajo el látigo hasta verles espirar de dolor ó de fatiga, estos crímenes en nada empañan el reflejo de gloria y la gratitud á que es acreedora en América aquella mujer, modelo de reinas , de esposas y de madres ; y si infundadas preocupaciones no cegaran muchas veces á la humanidad, antes que á Cristóbal Colón, las ciudades de las Américas españolas, deberían haber levantado monumentos de gratitud á la magnánima esposa de Fernando el Católico.

 De poderosa mano cayendo tan cristiana semilla en ánimos predispuestos á romancescos y atrevidos empeños, multiplicó los defensores de los vencidos; y el ardiente celo por el bien de los americanos dictó á fray Julián de Garcés su noble carta dirigida al pontífice Paulo III; sostuvo y alentó al generoso obispo de Chiapas, fray Bartolomé de las Casas, para luchar sin tregua ni descanso contra los punibles abusos de los conquistadores, atravesando ocho veces el Océano en demanda de justicia y protección para los desvalidos indígenas, é inspiró al inolvidable obispo de Michoacán, don Vasco de Quiroga , sabias disposiciones , que cicatrizando las recientes heridas de un pueblo dócil y cariñoso, convirtieron en pacíficos y laboriosos moradores á los que, atemorizados y perseguidos en los bosques, esquivaban hasta la vista de los españoles.

 El rumor de aquellos sucesos llegó á la corte de los pontífices católicos, y Paulo ni, reivindicando los derechos de los americanos, declara solemnemente por una bula, que eran seres dotados de alma y de razón, capaces de recibir los sacramentos de la religión cristiana, y que sólo el diabólico pretexto de infernal codicia para esclavizarlos y despojarlos, pudo haber inspirado la duda ó la negación de que estos hombres pertenecieran á la raza humana.

 La superioridad de la civilización facilitó á los españoles la conquista de Nueva España: la religión les aseguró el dominio de aquellas posesiones.

 La pólvora, los caballos, las armas y las armaduras de acero y de hierro y la táctica militar, comparativamente muy avanzada, daban la victoria á los invasores y sembraban el terror en los vencidos, que se creían en lucha con seres sobrenaturales: las doctrinas del cristianismo llegaban en seguida consolando á los infortunados y dejándoles alcanzar una esperanza, quizá más mundanal que eterna, pues el bautismo les hacía entrar en cierto modo en la esfera de los vencedores, y les daba el derecho, valiosísimo en aquellas circunstancias, de ser protegidos por los frailes, á quienes los soldados y los jefes mostraban profundo respeto, no sólo por las consideraciones debidas á su carácter sacerdotal, sino porque los reyes de España repetidas veces previnieron que se extremaran los miramientos y el respeto á los religiosos [2].

 La propaganda cristiana se extendía por tanto rápida y fácilmente, y según el decir de Beaumont en sus Crónicas de Michoacán, los religiosos de la provincia de San Francisco bautizaron de 1523 á 1540, más de un millón seiscientos mil convertidos, y agrega que el padre Motolinía administró el bautismo en Guatemala á catorce mil personas, y tal debió ser el número de los que acudían á buscar ese sacramento, que los pontífices tuvieron que ordenar que no bautizasen los frailes con hisopo, regando al azar sobre una compacta muchedumbre de catecúmenos el agua bendita, sino que celebraran la ceremonia individualmente con cada uno de ellos.

 Protegió la legislación la propaganda de la fe católica , tanto por el espíritu religioso de los reyes como por ser vínculo más eficaz para asegurar la obediencia de los súbditos: que los vasallos católicos se ligaban más sólidamente por el juramento de fidelidad y por el respeto al derecho divino que por temor de temporales penas.

 Procuraba también España, para afirmar su dominación, mantener constante el desequilibrio entre las, civilizaciones de conquistadores y conquistados, no en materia de cultura y de adorno del espíritu, como vulgarmente se ha creído, sino en arte que relacionarse pudiera directamente con el de la guerra; por eso los reyes prohibieron que los indios anduviesen á caballo [3], que tuvieran armas, y que se les vendieran bajo cualquier pretexto [4], extendiéndose las precauciones hasta disponer que los maestros armeros ni enseñasen su oficio á los indios, ni trabajasen delante de ellos, ni les tuvieran siquiera viviendo en su casa, por desconfianza de que á adquirir llegasen algún conocimiento en el arte [5].

  1. Leyes II, XXII y XXIII, tít. X, lib. VI. -Leyes VI, IX y XI, tít. XIII, lib. 1 de la Recopilación de Indias.
  2. Ley LXV, tít. XIV, lib. 1 de la Recopilación de Indias.
  3. Ley XXXIII, tit. I, lib. VI de la Recopilación de Indias.
  4. Leyes XXIV y XXXI, tit. I, lib. VI de la Recopilación de Indias.
  5. Ley XIV, tit. V, lib. III de la Recopilación de Indias.