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Media hora después estábamos sentados en una taberna, regalándonos con te y pan blanco.

—Parecía que me horadaba con una barrenadecía Michka con una sonrisa cariñosa en sus ojos cándidos de niño—. Yo, en pie ante ella, pensaba: "¿A qué diablos he venido aquí? ¿Por qué me atormenta la vieja?" Debió tomar los broches y dejarme ir; ¡pero, no; se puso a charlar!¡Qué gente! Se quiere ser amable con ella y, en vez de comprenderlo, empieza a darle a uno la lata... Yo le digo sencillamente: "Ahí tiene usted, ama, sus broches, para que no se queje de mí"; pero no se contenta con eso, y se empeña en que le refiera el motivo de la restitución...

¡Dios mío, qué lata me ha dado! ¡Hasta sentía calor oyéndola, palabra!

Seguía sonriendo con su sonrisa llena de bondad y dulzura.

Semka, sombrío, hosco, le dijo gravemente:

—Te aconsejo que te mueras lo antes posible, querido imbécil; de lo contrario, te comerán las moscas.

¡Qué lengua tienes! Bebamos una copita..por la terminación del asunto...

Y celebramos, en efecto, con una copa, el feliz remate de aquella curiosa aventura.