rrígete... Frecuenta la iglesia, escucha la palabra de Dios... Toda la sabiduría humana está en eso.
—¡Claro!—dijo Michka, casi gimiendo.
—Voy, con todo, a leerte un poco más...
¿quieres?
—Como usted quiera.
La vieja cogió la Biblia, que estaba al alcance de su mano, la hojeó y resonó en todo el jardín su voz ronca:
"Y no tienes perdón, tú que juzgas a los demás, pues con la misma sentencia con que los condenas a ellos te condenas a ti mismo; porque, juzgando a los demás, obras de igual modo." Michka sacudió la cabeza y se rascó el hombro izquierdo.
"Es posible, hombre, que esperes evitar el juicio de Dios?" —¡Ama!—suplicó con voz lloriqueante Michka. ¡Déjeme usted irme, por Dios! Vendré otro día a escuchar la lectura... Ahora, tengo hambre... Desde ayer no hemos comido nada.
El ama cerró con cólera el libro.
—Vete!—dijo furiosa.
—¡Gracias, ama!
Y Michka se dirigió, casi corriendo, a la puerta del jardín.
—¡Almas perdidas!... ¡Corazones de fieras!—le gritó, fuera de sí, la vieja.