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El remero volvió la cabeza hacia la playa y, riendo también, miró a Vasily.

El guarda frunció las cejas, esforzándose en recordar quién era aquel mozo, que se le antojaba conocido.

—¡Un buen golpe de remo!—ordenó Malva.

El bote avanzó fuera del agua casi hasta la mitad, acompañado de una ola, y, tras de vacilar un poco, se detuvo, mientras la ola, riendo, se volvía al mar.

El remero saltó a tierra, y, dirigiéndose hacia Vasily, dijo:

—¡Buenos días, padre!

—¡Jacobo!—exclamó Vasily, más asombrado que contento.

Se abrazaron y cambiaron tres besos en las mejillas y los labios, después de lo cual, al asombro, en el rostro de Vasily, se añadió una alegría confusa.

—Y yo, que me preguntaba quién sería... Se diría que mi corazón adivinaba... ¡Con que eres tú! ¡Vaya una sorpresa! He dudado un poco antes de convencerme de que, en efecto, eras Serechka.

Mientras con una mano se rascaba la barba, agitaba la otra en el aire. Quería mirar a Malva; pero la mirada risueña y brillante de su hijo le cohibía.

Su satisfacción ante un hijo tan robusto y tan guapo luchaba en su alma con la turbación producida por la presencia de su amante. Con aire