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acercaba iba alguien además de Malva. ¿Sería Serechka, de nuevo en amistad con ella?

Vasily giró pesadamente sobre la arena, se sentó, y, haciéndose sombra en los ojos con ambas manos, empezó a examinar, malhumoradísimo, la figura que se veía, además de la de Malva, en el bote. Malva iba en la popa, y el que remaba no podía ser Serechka, que lo hacía con mucha fuerza, pero con poca habilidad y no era un remero de su agrado.

—¡Eh, eh!—gritó Vasily impaciente.

Las gaviotas que reposaban en la arena se espantaron y se pusieron en guardia.

—¿Qué ?—respondió la fuerte voz de Malva desde el bote.

—¿Con quién vienes?

Vasily oyó una carcajada por toda respuesta.

¡Diablo de mujer!—juró en voz baja, y escupió.

Ardía en deseos de saber a quién llevaba Malva, y, liando un cigarrillo, no apartaba los ojos de la nuca y la espalda del remero, que se acercaba velozmente. No tardó en oír el ruido del agua agitada con fuerza por los remos; la arena crujió bajo sus pies desnudos; una curiosidad impaciente le devoraba.

—¿Quién viene contigo?—gritó, al alcance ya de su vista, en el hermoso rostro redondo de Malva, la tan conocida sonrisa.

—Espera un poco... ¡Ya verás!—respondió ella riendo.