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ofendido y confuso, sin poder sostener su mirada.

Ella no contestó.

Jacobo adivinaba las relaciones de aquella mujer y su padre, y esto le impedía hablar con libertad. Lo que adivinaba no le sorprendía grandemente: había oído muchas veces que los hombres que se iban fuera a ganarse la vida no se conducían muy austeramente. Comprendía, además, que un hombre tan fuerte y tan sano como su padre no podía pasarse tanto tiempo sin mujer.

Con todo, su presencia y la de Malva le turbaban. Luego, se acordaba de su madre, agotada por el trabajo y gruñendo siempre, allá en la aldea.

—¡La sopa está dispuesta!—anunció Vasily entrando en la cabaña. ¡Saca las cucharas, Malva!

Jacobo miró a su padre, y se dijo: "Se ve que viene con frecuencia, cuando hasta sabe dónde están las cucharas." Ella las sacó, y dijo que tenía que ir al mar a lavarlas. Además, se había dejado una botella de vodka en el bote.

Padre e hijo la siguieron con la mirada cuando salió. Ya solos, continuaron un breve espacio silenciosos.

—¿Dónde la has encontrado?—preguntó Vasily.

En las oficinas, adonde yo había ido a preguntar por ti. Me ha propuesto traerme en bote.

"Yo también voy—me ha dicho—a casa de tu padre." Y hemos venido.