bajar de su pecho. Los ojos de Vasily, ya paseaban su mirada a través del mar, ya la detenían en aquel pecho tan próximo a él. Hablaba del tedio de vivir completamente solo, de las tristes noches de insomnio, llenas de sombríos pensamientos a propósito de la vida. Luego empezó a dar besos en los labios de la mujer, de un modo despacioso y sonoro, como si comiese un manjar suculento.
Así transcurrieron cerca de dos horas. Cuando comenzó a ponerse el Sol, Vasily dijo con acento de fastidio:
—Voy a hacer el te... El huésped no tardará en despertarse.
Malva se apartó con un lánguido movimiento de gata perezosa. Vasily se levantó, laxo, y se dirigió a la cabaña. La mujer, entreabriendo apenas los ojos, le siguió con la mirada, y suspiró como si se desembarazase de una grave carga.
Un rato después, los tres estaban ya sentados en torno a la hoguera, junto a la marmita de agua hirviendo, y charlaban tomando el te.
El sol poniente teñía el mar de vivos colores; al mágico influjo de sus rayos, las olas verdes brillaban con fulgores de púrpura y rosa.
Vasily, bebiendo te a pequeños sorbos en un pucherito, interrogaba a su hijo acerca de la vida de la aldea, y se abandonaba a los recuerdos.
Malva, sin tomar parte en la conversación, larga, lenta, atendía.