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¿Hace mucho tiempo que me buscas?—preguntó Malva con voz firme.

— Pero te buscaba yo quizá?—exclamó Jacobo.

Comprendió de pronto que Malva tenía razón; sin darse cuenta él mismo, había estado buscándola. Lleno de confusión, sacudió la cabeza.

—¿Sabes leer ?—preguntó ella.

—Sí, pero muy mal... Lo he olvidado casi del todo.

—Yo también leo muy mal... Tú aprenderías en la escuela...

—Sí, en la aldea.

—Yo aprendí sola.

—¿De veras?

—Como lo oyes. En Astraján, siendo yo cocinera en casa de un abogado, su hijo me enseñó a leer.

Entonces no aprendiste sola.

Ella le miró y preguntó:

—¿Te gustaría leer libros?

A mí? No; no hay en ellos nada interesante.

—A mí sí me gusta leer... Este libro me lo ha prestado la mujer del capataz.

—Y qué libro es?

—La historia de San Alejo.

Y Malva le contó a Jacobo cómo San Alejo abandonó, muy joven, la casa de sus padres, ricos y nobles, y volvió luego a ella muy pobre, harapiento, quedándose a vivir en el patio, en