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De pronto, cuando se hallaban ya muy cerca de las barracas, el mozo se detuvo y la cogió por el hombro.

¡Te complaces en sacarme de quicio! ¿Qué consigues con eso? ¡Ten cuidado, que te la vas a ganar!

— Déjame en paz!

Malva, zafándose del mozo, se alejó. A su encuentro salió Serechka, de detrás de una barraca.

Sacudiendo su cabellera de color de fuego, dijo con tono amenazador:

— Os habéis divertido juntos? Muy bien!

¡Idos todos al diablo!—exclamó Malva eon cólera.

Jacobo se había detenido ante Serechka y le miraba sombríamente. Se hallaban a diez pasos uno de otro.

Serechka, a su vez, miraba a Jacobo. Luego de estar así, frente a frente, cerca de un minuto, como dos carneros a punto de toparse, se fueron, silenciosos, en direcciones diferentes.

El mar estaba en calma y lo enrojecía el sol poniente.

Sobre las barracas se alzaba un ruido sordo, del que se destacaba con marcado re'ieve una voz de mujer borracha que gritaba histéricamente palabras estúpidas:

"Tagarga, matagargami pequeña Mataña, has demasiado y has recibido palos..."