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Y aquellas palabras, feas como tarántulas, resohaban en la costa, oliente a sal y a pescado podrido y profanaban la suave música de las olas.

***

Al delicado fulgor de la aurora, el mar dormía, todo en calma, lleno de reflejos nacarinos. Pescadores a medio despertar aún iban y venían por la lengua de tierra, embarcando los aparejos.

Trabajaban aprisa y en silencio. Las redes grises se arrastraban por la arena y trepaban al barco, en cuyo fondo se plegaban.

Serechka, descubierta, según costumbre, la cabeza, y medio desnudo, acuciaba a los pescadores con su bronca voz, de pie en 'a popa, y el viento agitaba los jirones de su camisa y sus cabellos rojos.

¡Vasily! ¡Dónde están los remos verdes?—se oía gritar.

Vasily, sombrio como un día de octubre, plegaba la red en la barca. Serechka miraba su espalda encorvada y se lamía los labios, lo que indicaba su necesidad de beber vodka.

—¿Tienes vodka?—preguntó.

¡Sí!—respondió con voz sorda Vasily.

—Entonces no me voy... Me quedo aquí, junto al cabo de red. ¡Ya está todo!—gritaron.

—¡En marcha, pues!—mandó Serechka bajando de la barca—. Id sin mí... Yo me quedo. Pro-