curad no hundir la red... Sobre todo echadla bien al agua y que no se desgarre.
La barca se deslizó en el agua, los pescadores saltaron a bordo, y cogiendo cada uno sus remos, los levantaron en el aire, prontos a hundirlos en el agua.
—¡ Una!
Los remos cayeron todos a la vez; la barca avanzó rápida por la ancha y brillante superficie del mar.
—¡Dos!—mandó el timonel.
Y los remos volvieron a alzarse, como las patas de una tortuga gigantesca.
—¡Una, dos!...
En la costa, junto al cabo de red, habían quedado cinco hombres: Serechka, Vasily y tres más.
Uno de ellos, tendiéndose en la arena, dijo:
— Se podrá dormir aún un poco!
Los otros dos siguieron su ejemplo, y, a poco, tres hombres vestidos de sucios harapos dormían tendidos en la arena, sobre la que parecían informes envo'torios.
—¿Por qué no viniste el domingo?—preguntó Vasily a Serechka, dirigiéndose con él a su cabaña.
—No pude.
— Estabas borracho?
—No. Estuve vigilando a tu hijo y a su madrastra—dijo traquilamente Serechka.
¡Vaya una preocupación! — comentó, riendo, Vasily. No son niños.