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mar, volvía la proa hacia) la costa. Su rostro encarnado era todo franqueza, bondad, sencillez.

Vasily, contemplándole, no pudo menos de sentirse él mismo más benigno.

—Tienes razón—dijo—. Es una buena mujer...

Solamente un poco ligera... ¡En cuanto a Jacobo, ya le enseñaré yo a ese granuja!

¡No me choca!—declaró Serechka.

—¡Y galantea a Malva? preguntó Vasily apretando los dientes.

—¿Que si la galantea? ¡Ya verás cómo se mete entre los dos como una cuña!

¡Vamos, hombre! ¡Eso será si yo le dejo!

En 'a lejanía del mar brillaba el fulgor color rosa del alba. El Sol empezaba a emerger del agua dorada. A través del ruido de las olas llegó de la barca un grito apagado:

—¡A la red!

Serechka se 'evantó presuroso y ordenó:

—¡Arriba, hijos míos! ¡Eh, a la red!

Momentos después empezaron flos cinco a sacar del agua el extremo de la red. Una larga cuerda tensa salíá poco a poco, y los pescadores se apresuraban a tirar de ella.

El otro extremo estaba en la barca, que surcaba 'as olas en dirección a la costa. El mástil cortaba el aire al balancearse.

El Sol, resplandeciente y magnífico, se alzaba sobre el mar.

—Si ves a Jacobo, le dices que venga mañana por aquí—le encargó Vasily a Serechka.